IAN ANDERSON-RUEDA DE PRENSA GIRA ESPAÑOLA (PRESS CONFERENCE SPANISH TOUR)
El líder de Jethro Tull, que mañana revisa en Málaga su célebre 'Thick as a brick', no es un roquero al uso: toca la flauta, huye de fiestas y aborrece el fútbol.
Ian Anderson comenzó ayer en Barcelona su gira por España que le llevará por cuatro ciudades presentando por segunda vez (ya estuvo en Julio en nuestro pais) su ultimo trabajo, el aclamado por crítica y publico Thick As A Brick 2. Mañana día 8 de febrero tocará en Malaga.
Recuerda que una noche Robert Plant, vocalista de Led Zeppelin, «se sintió insultado» porque se negó a ir de fiesta. «Intentaba explicarle que eso de salir de copas no era lo mío, pero se lo tomó como algo personal y pensó que era un borde», cuenta Ian Anderson. Es una leyenda viva del rock, el alma de una de las bandas más veteranas de la escena, un superviviente de modas, formatos y géneros. Pero él no es un roquero al uso. La flauta -y no la guitarra- es su instrumento principal, nunca ha sido artista de excesos ni juergas locas, y desafía a sus compatriotas británicos criticando abiertamente el fútbol. Así es Ian Anderson, ese extraño roquero. A sus 65 años está en plena forma. ¿Cómo? «Con 120 conciertos cada año, es como dos horas de aeróbic», declara al otro lado del teléfono.
El líder de Jethro Tull reinterpreta mañana viernes en el Palacio de Ferias y Congresos de Málaga su mítico álbum 'Thick as a brick'. Lanzado en 1972, con una única canción a modo de sinfonía rock, se basa en un poema escrito por un supuesto niño precoz llamado Gerald Bostock, alias 'Little Milton'. Pero no solo del pasado vive Anderson. Tras una pausa, presentará en Málaga 'Thick as a Brick 2', donde descubre qué ha sido de Gerald Bostock cuarenta años después.
El tiempo le ha sentado bien al músico escocés. «Estoy mejorando, ya puedo llegar a ese punto donde puedo ser más constructivo a la hora de componer», reconoce. Pero hay cosas que no cambian: pese a los años, Anderson sigue tocando la flauta con una pierna levantada. Una marca de la casa que llegó por accidente. «Tocaba la armónica y mis pantalones eran demasiados apretados... y a lo mejor la ropa interior demasiado pequeña. Cuando soplaba para llegar a las notas más altas, una pierna involuntariamente se levantaba en una mezcla de dolor y placer. Trasladé ese movimiento a la flauta, y se convirtió en un sello distintivo», explica.
Reconoce que su música actual es la de un «alma inquieta». «Me aburro fácilmente, ahora más que nunca», admite. Aunque sea un legendario roquero, cuenta que en su adolescencia nunca le interesó demasiado ese género. Se movió por el blues, el jazz, la música folk y hasta la clásica. Con Jethro Tull, a finales de los años 60, encontró su camino en lo que se llamó rock progresivo. «Era un periodo muy fértil de música creativa que no hemos visto desde entonces», lamenta. Pero, en su opinión, no está lo suficientemente valorado. «Han echado mucha agua fría sobre la música pop rock de entonces», dice.
Original
Puede que su generación no fuera la mejor, pero sí era la «más original». «Éramos los primeros. Era 1969, cuando Neil Armstrong pisó la luna», reflexiona.
-¿Es usted entonces el Neil Armstrong de la música?
-No, pero soy una de aquellas personas de menos relevancia que se montaron, se abrocharon el cinturón y sintieron la fuerza de la mecha encendida. Los astronautas ya no son conocidos pero han estado allí. Los que hemos hecho muchos discos y muchos conciertos pertenecemos a ese club de élite: no nos conocen todo el mundo pero estamos allí.
Estaba, pero era «el raro» del grupo. «Entre mis contemporáneos tengo reputación de ser un poco despegado, solitario y quizás no muy amigable», admite. No le gusta la fiesta y no le llaman la atención las «cosas de chicos». El fútbol, por ejemplo, es una de ellas. «Eso de ensuciarse, pasar frío y después estar con un montón de chicos agresivos en la ducha no era lo mío», asegura. No se corta y define el deporte rey como un grupo de hombres que se «portan mal juntos y a los que les pagan una cantidad enorme de dinero por hacerlo».
Ian Anderson, con cuatro fechas en España -Barcelona, Zaragoza, Málaga y San Sebastián- antes de saltar a Latinomérica, sabe que viene a un país en crisis. «Y tenemos que ser humildes a la hora de cobrar», afirma. Es más: «quitaría la tercera parte para venir a tocar a España», señala. Es un tipo coherente. El músico, que ha sido condecorado con la Orden del Imperio Británico, ha rechazado cobrar la pensión que le correspondería al cumplir los 65 años. «Llevo 44 años pagando impuestos en el Reino Unido, pero los que podemos vivir sin esta ayuda social deberíamos devolverla al bote caritativo. De hecho me siento algo culpable cuando voy al médico del servicio público. Si yo puedo pagar un seguro privado, ¿qué hago atascando la consulta?», se pregunta.
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